lunes, 22 de diciembre de 2014

No seré más...

NO SERÉ MÁS



Una cadena cerrada,
 con llave olvidada,
 oxidada,
 y entregada en mano para su fundición…

Una cerilla mojada,
perdida en la oscuridad,
reclamando oxígeno,
 esperando ser encendida...

Un libro viejo,
carcomido y roído,
con portada desgastada,
 en blanco,
 esperando su reciclaje…

Un pescador errante,
hambriento,
 con anzuelo de hielo,
 al lado de un oasis…

Un niño inocente,
 emocionado e ilusionado,
armado con piedras,
 intentando derribar a los aviones que vuelan sobre su cabeza…

Una mirada estática,
detenida en el tiempo,
recordando viejos momentos...

Testigo oculto tras las lágrimas de tus ojos,
que mojan sin piedad los cimientos endebles de las mentiras que en verdad siempre creí…

Cautivo de tus labios,
 que lenta e irremediablemente me hacía volver sin mirar atrás…

Fiel seguidor,
 de una veleta sin aspa que me guiaba con seguro convencimiento…

Preso del tacto de tus manos,
 que envolvían mi corazón como una almohada mullida de alambre y espinas…

Atrapado en tu cabello,
 que saturaba mi atrofiado olfato,
 haciéndome ir tras extrañas huellas que solo te rodeaban una y otra vez…

No, no lo seré...

No seré más
Nunca más

martes, 16 de diciembre de 2014

¿Me haces un favor?


¿ME HACES UN FAVOR?


—Perdona, ¿me haces un favor?

Aquella pregunta le chirrió tremendamente en sus oídos.  No era reacio a hacer favores a los demás, siempre lo hacía de buena gana dispuesto a ayudar, pero esa pregunta siempre conllevaba un compromiso. La respuesta afirmativa a esa petición encubierta establecería una especie de contrato que le obligaría a cumplir o a realizar algo que aún no sabía exactamente, y eso lo envolvía en una atmósfera de inseguridad.

Decir que no,  marcaría a partir de ese momento notablemente el tipo de relación con esa persona pues, en ese caso, la confianza y por lo tanto la seguridad de poder contar con él en caso de necesidad en un futuro se vería bastante mermada.

Siempre tenía en cuenta de quién provenía ese tipo de preguntas. Odiaba profundamente a aquellas personas que simplemente se aprovechaban de la buena voluntad de los demás para llevar a cabo sus pequeños tejemanejes, simples recados o que para conseguir cualquier cosa que podrían tener por sí mismo sin problemas, por pura ociosidad, se servían del esfuerzo de los demás. Por otro lado, le gratificaba ayudar sin reparos a aquellos que sabía a ciencia cierta que de verdad lo merecían y que por motivos obvios necesitaban de verdad su ayuda.

Aquella que pedía el favor era de sobra conocida. Era del tipo de persona que no le agradaba demasiado en el tan importante aspecto como es el de hacer algo por los demás. Concretamente era, de todos sus conocidos, el que le pedía con más asiduidad, llegando a ser en algunos momentos una verdadera y constante molestia. Siempre recurría a él, por lo que sospechaba cierto abuso de su eterna disponibilidad.

La respuesta tardó en llegar. Durante tres largos segundos de silencio, en su cabeza sucedieron una serie de valoraciones sobre la persona que tenía delante, presentándose un gran dilema sobre qué responder reflejándose en su rostro una clara indecisión y titubeo ante la inminente respuesta.

Siempre cedía a sus peticiones debido a su amable personalidad y solo se negaba cuando realmente no podía cumplir lo que le pedía. Así que en esta ocasión cedió una vez más demostrando así su debilidad y respondió.

—Claro, dime —dijo con expectación ante lo que podría escuchar.

Ella lo miró detenidamente, parecía disfrutar con la situación.

—¿Me alcanzas el mando de la televisión? —una maliciosa sonrisa se dibujó en su rostro.

Había jugado con él una vez más.



¿Me haces un favor?
Lo tenía a su merced

Como siempre.

lunes, 8 de diciembre de 2014

La decisión


 La decisión



— No lo hagas. Si lo haces, todo terminará y será el fin para todos nosotros.

— Debo hacerlo, tengo que hacerlo. Llevo mucho tiempo esperando este momento. Si no lo hago ahora, no tendré nunca otra oportunidad tan buena como esta.

— Lo sé, pero debes aguantar. Debes aguantar por todos nosotros. Si acabas saliéndote con la tuya, terminarás con aquello que tanto esfuerzo nos ha costado conseguir entre todos. Puedes acabar con el buen ambiente que hay entre los chicos.

— Es un riesgo que tengo que asumir. Siempre miro por lo demás, siempre hago cosas por los demás. Por una vez siento que puedo hacer algo por mí mismo.

— Piénsalo detenidamente, ¿realmente merece la pena?

— Sin duda alguna. No sabes lo que se siente al hacerlo. Por un lado sabes que está mal, como si realmente hicieras algún tipo de mal a los demás que tienes a tu alrededor. Pero por otro lado, la satisfacción que consigues al hacerlo es indescriptible. Es difícil de valorar ese momento de triunfo.

— Puede que no vuelvas a ser el mismo. Todos te mirarán de forma diferente. Muchos se marcharán de tu lado y te mirarán con desprecio. No sabes hasta qué punto les puede afectar, les quitarás algo que sienten como suyo. Quizá incluso haya represalias.

— Cuento con ello. Intentaré que no se den cuenta. Seré rápido, casi no me verán.

— No lo sé... Muchos están pendientes, con el ojo vigilando. Parece que están a lo suyo, sin apenas preocupación por nada, pero me da la impresión de que están inseguros, con miedo.

— Tranquilo todo saldrá bien.

— Escúchame por favor. Recapacita, piénsalo de nuevo. No lo hagas. Te lo pido como amigo. Será un golpe muy duro.

— Lo siento, no hay marcha atrás. La decisión está tomada.

— ¿Qué piensas hacer después? Quizás ya no puedas volver.

— La verdad es que no tengo nada más que hacer aquí. Será un bonito final para esta noche. Mañana seré recordado. Mencionado en todas las conversaciones que todas estas personas tengan cuando cuenten lo ocurrido hoy. Seré yo el que lo hizo. Nadie más.

— Muy bien. Pero a mí si me preguntan, lo negaré todo. No quiero estar involucrado en esto. Si lo haces, será solo cosa tuya.

— De acuerdo. Llegado el caso, diré que trataste por todos los medios de impedírmelo.

— Eso espero. No quiero quedar mal delante de todos. Formo parte de esto tanto como los demás. Sería una mancha difícil de quitar en mi largo historial.

— Si me disculpas…

— En fin…

Apuró en ese momento la copa, miró a su alrededor buscando alguna mirada que lo pudiera descubrir antes de tiempo. Nada.

Con una rápida maniobra se acercó y cogió la última porción de pizza que quedaba de entre todos los platos ya vacíos de la mesa. Se la llevó a la boca y se la comió lentamente saboreando cada bocado.

La música paró, la gente de alrededor dejó de bailar, todo el mundo le miraba en silencio. Y mientras disfrutaba del último trozo, poniéndose el abrigo, salió por la puerta de aquel apartamento sonriendo, escuchando los abucheos de todos los que habían acudido al cumpleaños de su amigo.
La decisión
La decisión

Suya era la victoria.

viernes, 14 de noviembre de 2014

La última noche



LA ÚLTIMA NOCHE

La luz seguía encendida y un ligero alboroto de fondo lo tranquilizaba de cierta forma. Aún tenía tiempo. Cada noche era una carrera a contrarreloj, cada noche se la jugaba apurando hasta el final. Un final, que siempre imaginaba y que Nico nunca llegaba a ver, por suerte para él. Los demás siempre contaban historias acerca de los que no lo conseguían. Historias que hacían que lo pensase aún más y tardase en alcanzar su objetivo cada noche. Cuando cerraba los ojos se imaginaba desagradables escenas de aquellos que no lograban pasar finalmente, su última noche.

¿Podría ser una criatura gigante que destrozase todo a su paso y se los llevase sin más para luego más tarde devorarlos en su oscura guarida? ¿Quizá una sombra silenciosa que se acercara sigilosamente hasta donde se encontraban para luego arrastrarlos al rincón más oscuro y perderlos entre las tinieblas? ¿O simplemente, llegado el momento, desaparecían sin más dejando de existir en un segundo? Realmente nadie lo sabía y aunque nunca había perdido a alguien conocido, los relatos eran tan aterradores y tan creíbles, que sabía que algún día acabaría pasando en su propia casa y que él sería el siguiente.

Cada una de esas horribles visiones lo inquietaban aún más, pero en este momento, al igual que en muchos otros, le hacía compañía su viejo amigo Óscar, quien le había seguido en mil y una aventuras. Los dos habían estado donde nadie jamás había llegado. Ambos habían vivido historias increíbles, viajando a lugares donde solo su imaginación alcanzaba a crear. En esta ocasión, Óscar actuaría de vigilante. En el caso de que viera algo raro, lo avisaría inmediatamente.

La última noche
La última noche

Nico tenía los ojos cerrados, es lo que hacía siempre. Sin darse cuenta se dormiría y al día siguiente Óscar lo despertaría como de costumbre para empezar un día más con su rutina diaria. Pero aún no se había dormido, era consciente de ello. Ya llevaba mucho tiempo así. Hoy no se encontraba especialmente cansado y sabía que le costaría más que otras veces. De repente, el ruido que sentía, el cual le daba esperanzas de tener un poco más de tiempo de margen, cesó. No quiso abrir los ojos, aguantó unos minutos, pero el estar pensando una y otra vez en lo que podía pasar lo alertaba aún más.

Empezaba a sudar, un calor creciente lo agobiaba exageradamente y en el acto de destaparse un poco de las mantas abrió los ojos. Pocas veces había contemplado su habitación así, en penumbra. La imagen cotidiana y acogedora había desaparecido y ahora era lo más parecido a una cueva oscura que observaba con ansiedad a quien se encontraba en su interior. No alcanzaba a distinguir con claridad las diferentes siluetas y figuras que se desdibujaban a su alrededor, cualquier sombra parecía amenazante. Incluso en algún momento apreció cierto signo de movimiento alrededor de él, como si las sombras que lo rodeaban se percatasen de su presencia y se dispusiesen en torno a él acechándolo.
 
—Atento Oscar, no sabemos lo que puede pasar —dijo susurrando entrecortadamente mientras se volvía a tapar. Al segundo Oscar se incorporó y observó fijamente hacia el rincón más oscuro de la habitación.

Oscar ladró y en respuesta un grave sonido de respiración se empezó a escuchar en aquella zona. Nico se acurrucó bajo la manta y la sujetó con fuerza, mientras sentía como aquella respiración se acercaba cada vez más hacia donde él se encontraba. En su mente se dibujaba una gran criatura negra de cuatro patas, con una fuerte mandíbula llena de afilados dientes que escurrían abundante y pegajosa saliva en vista del festín que se iba a dar con él. Como si aquellas simples capas de tela lo protegieran especialmente contra aquello, cerró los ojos con fuerza esperando que aquel espantoso sonido desapareciera. Mientras, Oscar seguía ladrando cada vez más poniéndose aún más nervioso.

Sintió que lo tenía encima, aquella sonora respiración lo aprisionaba contra el colchón paralizándolo de tal forma que apenas podía abrir los ojos. Intentó gritar, pero era inútil, no era capaz de emitir ningún sonido. Notó como Oscar saltaba de la cama y huía aterrado hacia la puerta arañándola para intentar abrirla.

De repente la respiración despareció y sintió una liberación que le permitió gritar por fin.

—¡Mamá! ¡Papá! ¡Socorro! —Los gritos resonaron en toda la casa, levantando inmediatamente a sus padres de la cama y haciéndolos correr asustados hasta la habitación de Nico.

Al abrir la puerta, Oscar salió corriendo a toda prisa sobresaltando a los padres, los cuales observaban con horror la habitación. Nico no estaba allí. Había desaparecido.

—Ya se lo han llevado Miguel —dijo mirando con tristeza a su marido.

—Iba a pasar tarde o temprano, no podíamos hacer nada, ¿lo sabes, verdad? —La tranquilizaba mientras la daba un largo abrazo de consuelo.

—Sí, lo sé.

—Vamos, sigamos durmiendo. Mañana será otro día.


Y los dos volvieron a la habitación como si nada hubiera sucedido.

jueves, 16 de octubre de 2014

Botas Rojas (II)



Botas Rojas (II)


El despertador sonó a la hora programada, pero nadie lo oyó. Su característico sueño profundo se lo impidió hasta algunos minutos después. En el momento en el que abrió los ojos, se incorporó sobresaltada en la cama, pensando automáticamente todo lo que tenía que hacer antes de salir por la puerta. Apenas pudo hacer la mitad de lo que tenía planeado. Tuvo el tiempo justo para ducharse, secarse y peinarse a duras penas su alborotada melena rubia para luego vestirse finalmente con la ropa por la que tanto costó decidirse la noche anterior. Llevaría puestas sus llamativas botas rojas y su gorro de lana que ella misma había tejido la semana pasada. Antes de salir por la puerta, cogió su carpeta con el material pertinente y  se miró por un instante en el espejo.

—Pues no voy nada mal… —dijo a su reflejo con una pequeña sonrisa.

Nada más salir del portal, corrió hasta su coche que estaba aparcado a escasos metros de distancia. Un viento helado la persiguió, lanzándola alguna que otra hoja recién desprendida de los árboles más cercanos. Una vez dentro, se acomodó y a la tercera consiguió arrancar el coche, el cual estaba pidiendo a gritos una reparación urgente en el motor.

A pesar del retraso, consiguió llegar con tiempo de margen a la estación de tren. Una vez sacado el billete, se sentó en uno de los numerosos bancos de la sala de espera. Necesitaba recobrar el aliento y tranquilizarse. Ya no perdería el tren y podría llegar a tiempo a la cita que tantas noches la había quitado el sueño. Había llegado el día, ya no estaba nerviosa, tan solo un poco inquieta ante lo que podría llegar a suceder si algo salía mal. Era una chica muy segura de sí misma y mantendría todo bajo control. No habrá ningún problema, pensaba.

Mientras estaba enfrascada en sus pensamientos sus ojos se desviaron de la nada hacia un joven que cruzaba la entrada hacia la puerta de salida a los andenes. Le resultaba familiar. A los dos segundos cayó en la cuenta, era él.

Era la tercera vez que le veía pero ni si quiera sabía su nombre, es más, estaba segura de que en esas ocasiones, al igual que en este momento, no había reparado en ella.  No era una chica tímida, muchas veces había dado el primer paso con otros chicos, pero en esas ocasiones todo era diferente. Aunque en el fondo ella quería acercarse a él y entablar una conversación, algo la bloqueaba de tal manera que la impedía hacerlo. Algo envolvía a aquel joven que la hipnotizaba y la impedía actuar, obligándola a observarlo sin más desde la distancia.

De repente la atención de sus pensamientos pasaron solo y exclusivamente a él, olvidó en esos instantes la delicada situación que tenía que manejar esa misma tarde y se imaginó por un momento la hipotética situación que se podría dar en caso de que ella se acercase a saludar. Sentía que tendría que llegar el momento sí o sí, que no podía vivir sin al menos conocerlo y que no podía seguir viviendo de un futuro imaginario que nunca se cumplía.

Miró el reloj, el tren estaba a punto de llegar. Así que se levantó y salió a la fría pero iluminada estación de tren. Un bofetón de aire frío la sacudió el rostro. Poco había durado la cálida temperatura de su nariz, la cual había enrojecido por segundos. Mientras subía las escaleras del paso subterráneo hacia la vía correspondiente lo pudo ver, de espaldas, balanceándose sobre sus pies con las manos en los bolsillos. Una vez arriba, anduvo lentamente hacía donde él se encontraba. A medida que se acercaba se ponía más nerviosa, no sabía que decirle, ¿resultaría extraño que una desconocida se acercase a saludar a otra persona sin más? —se preguntaba.

Al segundo esa situación le pareció ridícula y siguió andando. Ni si quiera se giró. Resguardándose en el abrigo y maldiciéndose a sí misma mirando al suelo, se alejó hasta encontrarse a una distancia segura para ella.

Ni el ensordecedor ruido de la megafonía la sacó de sus duros pensamientos sobre el por qué de la razón de su comportamiento. Se sentía como una tonta incapaz de hacer lo que realmente quería hacer. Subió al vagón del tren ya detenido y se sentó en el asiento más próximo.

Otra vez había pasado, era ya la tercera. No esperaba volver a verlo de nuevo. Demasiada casualidad se tendría que dar —pensaba tristemente.


Mientras el tren ganaba velocidad, ella observaba con pena a través de la ventana como el tiempo y el paisaje la acompañaba en consecuencia con lo ocurrido.


Chica en el tren









martes, 23 de septiembre de 2014

Parchís

Parchís


“Venga empecemos. Tres, nada…”.

Ella fue la última en llegar a una familia de siete. Una llegada muy esperada por todos, sería la  única que llevaría coletas cuando creciera, por fin se comprarían vestidos en casa y la habitación se pintaría de color rosa. Traería risas y alboroto a la antigua y tranquila casa la cual  se empezaba a abandonar poco a poco.

“Uno, nada… Te toca”.

La primera vez que la vio, una alegría que echaba de menos iluminó su rostro. Recuperó una vitalidad que creía perdida y la ilusión contenida por la espera le devolvió la juventud necesaria para darla la bienvenida. De repente habían surgido en su cabeza infinidad de planes que poder realizar en los próximos años. Planes que desde hacía tiempo deseaba cumplir.

“Seis, tiro otra vez…”.

Al principio era él el que venía a visitarla, siempre traía consigo algún regalo. Al principio ropa de la más pequeña y después muñecos y juguetes acordes a su temprana edad. Ella no lo recuerda, aún no era plenamente consciente del mundo que la rodeaba, pero si sentía el cariño y el amor de aquellas personas, al principio extrañas, que la cuidaban y la llevaban de aquí para allá en brazos.

“Cinco, salgo…”.

Ella sentía curiosidad por su aspecto. Destacaba sobre los demás gracias a su pelo blanco y su rostro arrugado con pequeñas manchas. No quería que a sus padres les pasase eso que ella observaba de cerca cada vez que se sentaba en sus piernas cuando la leía un cuento o la contaba pequeñas historias de su juventud.

“Tres, casa. No me puedes comer…”.

Para ella era la persona que más sabía en el mundo. Cualquier duda que ella tenía, siempre que tenía la ocasión se lo preguntaba con entusiasmo. Un entusiasmo que a él le encantaba y que le daba la oportunidad de sentirse útil y de ser un ejemplo y un maestro para alguien mucho más joven que él. Se sentía querido y valorado por una personita que solo veía el interior y no el aspecto de una persona cansada y con largos años a la espalda.

“Dos, te toca…”.

Cuando sus padres tenían que trabajar o tenían que salir de viaje por algún motivo a ella nunca la importaba. Iría a su casa, donde nunca se aburría. Adoraba aquel cuarto al que llamaba “el rincón del tesoro”. En él había multitud de juegos de mesa a los que jugaban durante horas. El resto lo dedicaban a dar largos paseos por el campo donde el aprovechaba a impartir lecciones y clases sobre la naturaleza. De él adoptó el amor por los animales.

“Hay barrera no puedes pasar…”.

Tenían una relación muy especial, estaban realmente unidos. Ella siempre recordará aquel día cuando paseaban en bici por el viejo camino, cerca del bosque al cuál iban algunas veces a recoger setas, y ella sin previo aviso se cayó por ir demasiado deprisa al bajar una pendiente demasiado empinada. Se asustó al ver la fea herida que se había hecho, pero él estaba allí. La tranquilizó mientras la llevaba de vuelta a casa donde la curo y la hizo aquel vendaje tan chulo donde después dibujaron los animales que habían visto aquel día. Con él siempre se sentiría segura y a salvo.

“Te como y me cuento… veinte”.

Hoy y como todas las tardes, una joven muchacha viene a visitarle. No la reconoce, pero parece que ella a él sí. Es buena persona. Siempre juegan al parchís. A él le encanta que alguien venga a jugar con él a su juego favorito. Mientras juegan, ella le cuenta que tal la ha ido en el día  y le pregunta con mucho interés qué tal se encuentra. También le cuenta historias sobre cuando era una niña. 

Historias que él ya no recuerda.

Parchís
Recuerdo el parchís...

 “Cuento tres… Y te gané”.


“Si, me has ganado abuelo”.

jueves, 18 de septiembre de 2014

El Observador


EL OBSERVADOR



La temperatura es agradable. El sol calienta mientras se esconde entre las pocas nubes que flotan en el cielo y una ligera brisa mueve los árboles que dan cobijo bajo su sombra a diferentes grupos de personas que charlan despreocupadamente sentados sobre el césped.

El banco que elijo para sentarme no es muy cómodo pero no estaré mucho tiempo. Ante mí, el tan transitado paseo que cruza el mayor parque de la ciudad.

A mi derecha veo a una madre andar con prisa junto a su hijo. Parece nerviosa. No es de extrañar, pues sabe que en cuanto llegue a casa se debe de encargar de limpiarla, ordenarla y empezar a hacer la comida sin descuidar a su hijo y al nuevo inquilino que los acompaña desde hace poco.

  Su hijo de cinco años, a diferencia de su madre, camina alegre al margen de todos los problemas y dificultades que lo rodean. Sabe que cuando llegue a casa le estará esperando Bobby, su nuevo amigo, con el que podrá jugar hasta que su madre lo llame a comer a la mesa.

Bobby es un yorkshire de dos meses que su abuela le ha regalado por su cumpleaños, esperando con ello, que asuma ciertos valores que se aprenden cuando se es responsable de otro ser vivo, valores que su padre perdió hace tiempo. Estos valores de responsabilidad y cuidado le harán ser mejor persona en un futuro.

Un futuro que su madre, que lo lleva de la mano con prisa a través del parque, no ve muy claro, pues ayer mismo la despidieron del trabajo y no dispone de los ahorros suficientes para hacer frente al alquiler de su casa no más de dos meses. Tener a Bobby en casa supone una carga más para los escasos gastos que se puede permitir. Aún no sabe cómo explicarle a su hijo que Bobby no se puede quedar con ellos.

El niño da un traspiés por culpa de una piedra que, sin querer, la impulsa hacia delante chocando contra el pie de una joven que va en dirección contraria. Mientras la madre llama la atención a su hijo, la joven pasa a su lado sin percatarse de nada. El volumen de su mp3 la aísla de todo lo que la rodea.

Va hacia la facultad donde estudia. La espera un examen muy difícil y su música favorita a gran volumen la relaja y la hace olvidar por un momento el largo e intenso momento que debe superar en breve. Sabe que no ha estudiado lo suficiente. Anoche sus únicos pensamientos seguían siendo para Rubén, ese compañero de clase que no la hace ni caso, y que desde hace dos meses sale con su mejor amiga.

Su mejor amiga la espera junto a una fuente veinte metros más adelante. Cuando la ve venir, siente cierta ansiedad. Piensa contarla su gran dilema, pues es en la única en la que confía, siempre la dio valiosos consejos. Anoche se acostó con un chico que conoció en una fiesta de cumpleaños la semana pasada, no sabe si quiere seguir estando con Rubén.

Cuando se saludan y prosiguen su camino juntas, observan con indiferencia a un anciano que parece mendigar sentado en el borde de la fuente. Mira con nostalgia las palomas que revolotean a su alrededor, recordando tiempos pasados.

De joven las cuidaba en el viejo palomar de su padre, a las afueras de la pequeña aldea donde se crió. Ahora revive una vez más en su cabeza el momento en el que tuvo que tirar al suelo el puñado de comida para las palomas e irse con las autoridades que le fueron a buscar para su reclutamiento y participación en la guerra que estaba asolando el país.

Después de tantos años y de haber perdido todo, se encuentra ahora en un país extranjero malviviendo en las calles entre desconocidos. Es consciente del escaso tiempo que le queda en este mundo y es consciente, de la cantidad de historias y vivencias que se perderán con él.

Alguien con paso ligero se percata también de su presencia, al contrario que muchos de los que por allí habían pasado. Sin pensarlo demasiado y sin apenas detenerse, saca de su cartera el billete de mayor valor y lo deja caer en el sombrero ya raído que el anciano había colocado en el suelo cerca de él.

Le desea un buen día y se aleja con la misma soltura y alegría con la que había llegado. Era normal, la suerte en el juego le había sonreído y había ganado hoy mismo el mayor premio que la lotería había recaudado hasta el momento. Era feliz, y su visión del mundo había cambiado. Una visión que se había aclarado también desde la perspectiva de aquel anciano, que gracias al desconocido, sobreviviría un poco más holgadamente el otoño que se precipitaba en pocos días.

El desconocido ahora sin preocupaciones económicas, me saluda alegremente sin conocerme y prosigue su camino.

Parque en espera
Antes de todo...
Tres minutos me habían bastado para ver todo aquello. Era suficiente. Para cuando la siguiente persona se disponía a cruzar frente a mí, ya no estaba. Me había ido.


Mañana volvería una vez más. 

domingo, 27 de julio de 2014

Botas Rojas (I)




BOTAS ROJAS    (I)



Siempre hacía frío, pero aquel día hizo aún más. El viento arreciaba en la antigua estación de tren. Aún le quedaban minutos de sentir el vello erizado. Y los pequeños temblores que en vano intentaban retener el poco calor acumulado por el abrigo lo impacientaban aún más.

Las puntas de sus dedos, a pesar de los guantes, empezaban a ser dominadas por el viento helado por lo que las escondió dentro de sus bolsillos, mientras se balanceaba entre los talones y las puntillas de sus pies, intentando hacer más amena la espera. El sol pálido de ese invierno tan especial no le dejaba levantar mucho la mirada, pero para su alivio, éste pronto se escondió detrás de unas nubes, que en unas pocas horas, darían lugar a una lluvia que quizá le pudiera retrasar la vuelta. Siempre le gustó el invierno, esa escala de grises que predominaban en el paisaje, le otorgaba algo especial.

No estaba solo, cinco personas más estaban repartidas a lo largo del andén. Dispersas, solo separadas por el silencio, cada uno en su soledad. Ya nadie habla, pensaba. Ya se ha perdido esa cercanía o simpatía con esos desconocidos con los que compartes un mismo destino, aunque solo sea por un momento.

Alguien más se sumó a la espera de la llegada del tren, alguien que rompía en ese preciso instante con la rutina diaria de ver siempre las mismas caras, alguien que recordaría para siempre. En esos momentos no pudo ver el rostro de aquella mujer que avanzaba lentamente de brazos cruzados intentando resguardarse con su abrigo negro de lana de la fuerza del viento. Pero mientras se alejaba hacia el otro extremo del andén, se fijó en su cabello, el cual asomaba largo e inquieto bajo el gorro que llevaba a juego con el abrigo y cuyo color le recordaba al intenso color del trigo que veía iluminado por el sol en otoño. Sus ojos la siguieron recorriendo hasta que se toparon con las botas que llevaba, de un rojo intenso que contrastaba con toda la gama de colores que tanto le gustaba. Pero eso le gustó aún más.

Esperando en la estación
Color en la vieja estación

Jamás había estado tanto tiempo contemplando a otra persona, aquella silueta le provocaban unas ganas terribles de resolver su misterio. De poder encontrarse con su mirada, de poder escuchar su voz. Sin dudarlo, se dispuso a acercarse poco a poco a ella. Y cuando ya había recorrido la mitad de la distancia que los separaba, la estructura metálica que los rodeaba tembló por las vibraciones que surgían de los viejos pero enormes altavoces que colgaban encima anunciando la llegada del tan esperado tren.

El se detuvo, el tren ya venía y no había tiempo. El encuentro se anuló. Mientras subía al vagón pudo ver a su derecha como el final de una de las botas rojas se deslizaba dentro del vagón siguiente. Cuando se sentó, y el vagón se puso en marcha, no podía pensar en otra cosa. Por un momento, se le olvidó el motivo por el cual viajaba ese día. Solo podía imaginarse, de mil maneras diferentes, como podía haber sido su encuentro en la estación. Sabía que era ella, algo le decía que era ella. ¿Algunas cosas no pasan por casualidad, no?, se preguntaba.

Su imagen esperando en la estación se grabó a fuego en su cabeza, y, quizá, tal vez, volvería a cruzarse en su camino. ¿Cómo reconocerla?, se decía a sí mismo en su cabeza. Quizá por las botas rojas.



domingo, 29 de junio de 2014

El Último

EL ÚLTIMO


Corro sin parar a través de un bosque denso. No para de llover. Entre barro y agua avanzo incansable, esquivando ramas, saltando rocas y cruzando pequeños riachuelos escondidos entre arbustos, fosas y largos barrancos. Solo oigo mi respiración marcando el ritmo de mis pasos. Los truenos no me asustan, el viento me lleva, nada me detiene. La naturaleza es mi aliada, alimenta los latidos de mi corazón, cada vez más fuerte, reclamando venganza a viva voz.

El camino es largo, las condiciones son duras, pero no me rindo. El fuego me lo dijo, aguantaré hasta la extenuación, llegaré hasta el final. Mis antepasados me observan desde las estrellas, mis enemigos me esperan ansiosos. Mía será la victoria, pero aún no.

Sigo corriendo, en bajada aumento la velocidad, la vegetación antes erguida vigorosa cede ante mi paso firme. Pero algo me detiene. Unos ojos de pantera penetran en mi alma y me paralizan. Un rayo ilumina la escasa distancia que nos separa. Aquel extraño animal avanza lentamente hundiendo sus pesadas patas con energía en la tierra negra del bosque, dejando tras de sí gigantescas huellas llenándose de agua al instante. Aquella imagen me cautiva y me da esperanzas. Un rugido al unísono del trueno me devuelven a la realidad. El guardián del bosque me da su permiso y me abre la puerta. La sonrisa de la confianza aflora y arranco otra vez en carrera cortando la cortina de agua que riega el mundo. Mi mundo. Ahora en peligro.

Ya no corro solo, brevemente tengo compañía, la cual me garantiza un noble motivo, una causa justificada de mi presencia y de mi misión. Una razón de vida, una razón de muerte.

Llego a la frontera, la espesura del bosque queda tras de mí. El guardián vuelve a su guarida sin antes contemplarme por última vez. Camino lento observando todo a mí alrededor. Recuperándome del esfuerzo, recordando antaño los días de gloria ahora marchitados por lo que observo.

La ira aumenta, pero el control es mayor, pues sé la responsabilidad que tengo y el poder que ahora poseo. Mi naturaleza salvaje me dicta el sentir de mi corazón y el de todos los demás que dejé atrás.
Seré leyenda y seré eterno, pues mi historia empieza y acaba hoy, aquí, en este lugar.

Cruzando la frontera
Consciente...
Soy el último.

No me rendiré.

lunes, 16 de junio de 2014

Bienvenido

“Bienvenido”

Primer Recuerdo: 


Poco pude ver a través de la venda. Alguien desconocido me guiaba en el recorrido de los largos pasillos e incontables escaleras que integraban ese lugar, laberíntico a mi parecer. Siempre hacia abajo, sin retorno. El extremo silencio que reinaba solo era interrumpido por mi entrecortada respiración y el eco de mis temblorosos pasos que me llevaban sin remedio hacia un destino desconocido, pero desafiante.

Al cabo de un rato que no supe medir nos detuvimos. La venda se aflojó y cayó al suelo. La oscuridad aún predominaba, pero pude distinguir ante mí una puerta de metal, que al estar entreabierta, dejaba escapar algo de luz del interior. Me giré, pero ya no había nadie, quien quiera que fuera, se esfumó como un fantasma entre la intensa oscuridad que ocultaba el camino recorrido hasta ese paso final. Sin pensármelo dos veces, empujé la puerta para ver que se escondía tras ella.


La sala de mis creaciones
Una ligera corriente me dio la bienvenida


Una mesa y un ordenador, eso es todo lo que encontré. Una sala extremadamente pequeña, fría y húmeda. Las paredes de hormigón no ofrecían un ambiente demasiado acogedor, solo el flexo que iluminaba mi próximo lugar de trabajo me tranquilizaba de cierta manera.

Al instante en el que dí mi primer paso dentro de esa “celda”, la puerta se cerró tras de mí sobresaltándome con un fuerte portazo. Ya no había marcha atrás, sabía a lo que venía, así que con decisión fui a sentarme en la silla para empezar cuanto antes con mi tarea.

En la mesa, una nota escrita a mano cuya letra me era extrañamente familiar.

“BIENVENIDO”