miércoles, 25 de febrero de 2015

Tierra Seca

Tierra Seca


El viejo pero afilado metal se deslizaba implacable una y otra vez, horadando una tierra prácticamente seca y estéril. Él era uno de tantos, no sabía exactamente cuántos, la nube de polvo que provocaban en aquel terreno no le dejaba ver más allá del siguiente compañero.

 Aquella niebla áspera y erosiva que ellos mismos alimentaban, penetraba en sus pulmones en cada desesperada bocanada de aire que lograba entre esfuerzo y acometida, ocasionando cada cierto tiempo pequeños ataques de tos que sin embargo para él nunca parecían terminar, obligándolo a detenerse unos pocos segundos. No podía prolongar mucho más el tiempo para recuperarse.

En cada rítmico movimiento, regaba sin querer la tierra con incontables gotas de sudor que se deslizaban por su oscurecido cuerpo. La sed empezaba a hacer acto de presencia, pero podía aguantar un poco más. Debía hacerlo pues no tenía otra opción.

A pesar de sus humedecidas manos, asía con fuerza aquel destructivo mango. Un sencillo e improvisado vendaje formado por un jirón de su propia ropa, ocultaba unas más que preocupantes heridas sangrantes que le hacían gemir cada vez que acometía con fuerza contra la tierra, partiendo con aflicción alguna que otra piedra o raíz. No tenía otros medios a su alcance para tratarse adecuadamente.

El calor era asfixiante y la jornada no había hecho más que empezar. Llevaba ya un par de horas, aún quedaban muchas más. El peso de su propia condición lo impulsaba a seguir trabajando de manera decidida, una imposición que se decía era natural y contra la que no podía hacer nada. La silueta montada a caballo que percibía justo detrás de él y que proyectaba una sombra amenazante a su lado, lo vigilaba con dureza y se lo recordaba.

No tenía familia, algunos de sus amigos habían desaparecido. No lograba entender cómo se podía dar esa situación tan contraria a lo que creía que podía ser la verdadera naturaleza del ser humano. Nadie hacía nada al respecto, todos aceptaban sin más aquella injusta realidad.

—Tiene que haber otra manera, no podemos seguir así. Estamos muriendo —dijo en voz alta dejando caer su odiada herramienta. Su mirada se perdía entre las escasas nubes que no tapaban los intensos rayos de sol, los cuales, impactaban en su desprotegida cabeza.

—¡Pero qué haces, no pares! —Le decía su compañero en voz baja sin dejar de realizar su trabajo.

—Me he cansado de todo esto, quiero ser libre —en ese momento se había girado para observar a su compañero. Las marcas de las cicatrices marcaban parte de su torso desnudo y su espalda parecía ser un mapa gigantesco de terribles cadenas montañosas. Ese tipo de castigo era algo habitual todas las noches en respuesta a lo que ellos consideraban un trabajo deficiente. No quería imaginar de qué manera se lo harían saber a las mujeres. A continuación se agachó y volvió a coger su herramienta haciendo uso de sus escasas energías.

—¡Lucharé!

En apenas unos segundos  había imaginado en su cabeza todo lo que iba hacer. Acabaría por sorpresa con su cruel opresor y animaría a los demás a levantarse para cambiar sus destinos. Decidió en ese instante que nadie podía manejar a su antojo su propia existencia.

Para su desgracia, antes de que se pudiera girarse por completo y embestir a su contrincante, un ruido sordo se expandió por todo el campo de cultivo. Una bala había acabado con sus aspiraciones y le había dado en cierta forma, el descanso que tanto ansiaba. Nadie se detuvo, todos seguían trabajando. No era la primera vez que oían un disparo. Solo su compañero se había parado a contemplar su cuerpo inerte tendido en la ya oscurecida tierra roja.

—¡Sigue trabajando esclavo!



Esclavitud

Sobre los derechos de autor

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