miércoles, 13 de mayo de 2015

Un día cualquiera


UN DÍA CUALQUIERA



Todo estaba en silencio. En ese momento, reinaba la tranquilidad por la que tanto había luchado la noche anterior. Los primeros rayos de luz empezaban a penetrar por los pequeños resquicios que no llegaba a tapar la persiana, eran los primeros invasores que venían a avisar de que ese estado tan placentero iba a terminar.

Y así fue, el sonido estridente del despertador cortó rápidamente el pausado ritmo de su respiración, levantándose como un resorte en respuesta a ese aviso. Sabía lo que tocaba hacer, como cada día, a pesar de estar de vacaciones. Y su ligera sensación de resentimiento y resignación se fue diluyendo a medida que su mente se activaba y se preparaba para hacer frente a todo lo que el día ya deparaba.

Aquella persona no vivía sola, su pareja hacía ya un buen rato que había salido hacia el trabajo y en la habitación contigua aún dormían el hijo y la hija de ambos, los cuales habían llegado al mismo tiempo a la familia hacía ya siete años, cambiando por completo el plan de vida que hasta ese momento tenían los dos. Cosa que todos los días agradecía, sobre todo en esa parte del día, cuando entraba en su habitación para despertarlos y ayudarlos a prepararse para ir al colegio.

Pero esta vez no fue su cálida voz la que los despertó. Mientras andaba entre la penumbra de la habitación, dio una patada sin querer uno de los incontables juguetes que había tirados por el suelo. La gigantesca caja de herramientas de su hija con su metálico ruido los hizo saltar de la cama asustados.

Como el resto de esta semana, llevaría a cabo la rutina diaria que tanto odiaba y amaba a la vez. Preparar el desayuno para los que ponían sonido a la mañana, ayudarlos a vestirse y a asearse, llevarlos al colegio en coche, y a la vuelta, poner toda la casa en orden. Esto último no sería una tarea muy pesada ya que toda la familia formaba un buen equipo y entre todos compartían las tareas a lo largo de todo el día. 

—Por cierto, esta noche dormiréis donde la abuela —les explicó mientras desayunaban.

—¡Bien! —gritaron los dos al mismo tiempo.

—Hace tiempo que no vamos a verla y seguro que os echará de menos.

—Voy a hacerla un dibujo —dijo Laura bajándose entusiasmada de la silla.

—No Laura, ya lo harás luego a la tarde. Acábate ese vaso de leche que ya llegamos tarde al colegio. —Laura volvió a subirse a la silla a regañadientes.

— ¿Puedo llevar mi muñeca para dormir? —Preguntó Pablo con miedo a que no pudiera.

—Claro que si Pablo, esta tarde después de comer prepararemos todo lo que queráis llevar ¿vale?

—¡Vale! —respondieron los dos alegremente.

Por la tarde los cuatro llegaron a casa de la abuela. Ésta se encontraba a las afueras de la ciudad, tras un largo camino en coche desde el centro, en un lugar retirado y tranquilo cerca del río que rodeaba la urbe y del bosque al que normalmente salía a pasear y a recoger algunas setas junto a su madre en su niñez. Un montón de recuerdos, como cada vez que iba, llegaron a su cabeza en el mismo momento en el que bajó del coche y respiró ese ambiente tan rural y tranquilo. Laura y Pablo echaron a correr para abrazar a su abuela, la cual ya estaba esperándolos en la entrada.

Una vez dentro y dejado todas las cosas de Pablo y Laura, se sentaron todos en los anticuados sofás que había en el salón.

—Veo que aún tienes colgados en la pared los cuadros que hice con nueve años cuando me enseñaste a hacer punto de cruz.

—Siempre me gustaron, les tengo especial cariño. Podía enseñar también a los niños. Seguro que les gusta —respondió.

—Seguro que sí, da igual lo que sea. Siempre que les divierta, se pasarán las horas muertas con ello.

Un ruido proveniente de la salita de estar cortó la conversación.

—¿Qué es ese ruido?

—Ah no te preocupes, seguramente haya sido la persiana —dijo sin importancia su madreÚltimamente la notaba muy pesada se habrá roto.

—Voy a ver, si puedo te la arreglo en un momento.

—Muchas gracias, siempre tan manitas como tu padre que en paz descanse.

En media hora había arreglado la persiana. Después los tres tomaron un café mientras los niños jugaban que los viejos juguetes que su abuela había conservado. Al cabo de un rato llegó el momento de despedirse.

—Bueno pues que lo paséis muy bien, disfrutad de la noche. Dejad a estos trastos tranquilos aquí, yo me ocupo de todo.

—Gracias mamá.

Hoy sería un viernes especial, por fin tendrían una noche en exclusiva para ambos. Primero irían al cine a ver la película romántica del momento, el género que más les gustaba.  Todo el mundo hablaba de ella, según la crítica era muy buena, y tenían muchas ganas de  comprobarlo. Después, saldrían a tiempo para acudir al estadio de su equipo favorito, los dos eran auténticos forofos. Se jugaban el pase a semifinales de la competición europea y era la mejor de manera de celebrar allí su décimo aniversario, pues fue allí mismo donde se conocieron. Una vez finalizado el partido esperaban celebrar la victoria con una cena en el restaurante tailandés que unos amigos les habían recomendado, para luego tomar unas copas y bailar en las discotecas.


Mañana ya regresarían a por los niños.


Un día cualquiera
¿De verdad importa?
Por la igualdad de Género

2 comentarios:

  1. Un relato estupendo, Alberto. Resulta curioso el cambio de roles en el tipo de juguetes, aficiones o preferencias de padres e hijos, pero ahí precisamente está la llamada de atención :)
    Gracias, me ha gustado mucho!
    Saludos.

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  2. Me alegra mucho que te guste. Con este sencillo relato quería expresar la igualdad como el estado ideal en el que ni siquiera nos planteamos saber si es un hombre o una mujer quien desempeña un determinado rol, tarea, o afición en una historia o en la propia vida cotidiana. Porque todos somos iguales, todos somos personas.
    Un saludo =)

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