jueves, 20 de agosto de 2015

Botas Rojas (III)

Botas Rojas (III)

Era invierno, el fuego chisporroteaba en la chimenea de piedra y grandes copos de nieve caían lentamente en el exterior, perpetuando así la gruesa capa que ya cubría el jardín, los tejados y cualquier otra superficie que estuviera a la vista de la ventana del salón por la que Javier observaba curioso el fenómeno atmosférico.

 Hoy era un día muy especial, o eso le habían dicho sus padres mientras viajaban en coche a la que para él era una mansión en medio del campo cerca de un pueblo en el que nunca había estado. Estaba de vacaciones, por fin estaría una larga temporada sin ir al colegio y encima dentro de cuatro días sería Navidad, el periodo de tiempo que más le gustaba de todo el año. Recibiría un montón de regalos con los que poder jugar y enseñar a sus amigos cuando volviese al colegio.

De fondo podía oír como sus padres reían en la cocina y hablaban alegremente. A Javier le encantaba ver a sus padres reír, besarse y jugar haciéndose bromas en las que muchas veces él mismo participaba. Sobre todo cuando era su padre quien se las hacía a su madre. Cualquier extraño que los observase podría confundirlos con cualquier pareja de jóvenes enamorados. Y en realidad era así como se sentían, jóvenes y enamorados, como el primer día. Aunque muchas cosas habían variado desde entonces. Los dos habían cambiado de residencia, de trabajo y la familia había crecido. Ya no estaban solos, Javier había llegado de forma muy esperada hacía ya siete años y a victoria la quedaba todavía tres meses para que la pudieran dar la bienvenida.

—Javier estabas ahí ¿Qué haces? —le preguntó su padre mientras salían de la cocina aún entre risas.

—Nada —respondió Javier de forma distraída sin retirar la vista de la ventana. Su padre se acercó y le acarició el pelo despeinándolo a propósito.

—¿Te gusta la nieve? ¿Te apetece que salgamos mañana por la mañana a jugar con ella? —preguntó esperando la entusiasmada respuesta de su hijo.

—¡Si! ¿Y también podemos hacer muñecos de nieve? —preguntó esta vez mirando a su madre. En un segundo había pasado de la más absoluta tranquilidad, a estar eufórico tras la propuesta de su padre.

—Pues claro, —respondió ésta sentándose a su lado para mirar también a través de la ventana— con lo que está nevando vamos a poder hacer unos cuantos, si es que podemos salir —la nevada estaba incrementado en esos momentos su intensidad.

—Oye Javier ¿por qué no vas poniendo la mesa mientras tu madre y yo vamos preparando la cena? —le dijo mientras todos ya volvían a la cocina.

—¿Qué vamos a cenar? —preguntó mientras cogía de un cajón el mantel y las servilletas y se disponía a volver al salón.

—Es una sorpresa, ya sabes que hoy es un día muy especial —respondió su madre según sacaba todos los utensilios que iban a utilizar— tranquilo que te gustará.

—Sí pero, ¿Por qué hoy es un día especial? —Ya estaba de vuelta en la cocina en busca de los platos. Javier todavía no entendía por qué cada año antes de Nochebuena se iban a pasar unos días fuera de casa, siempre con un motivo de celebración que aún no le habían explicado.

—Pues mira Javier, hoy celebramos que hace diez años nos conocimos tu madre y yo —En ese momento su padre ponía con cuidado tres platos sobre sus brazos extendidos.

—¡Hala! —respondió Javier sorprendido dejando por un segundo la boca abierta desviando la mirada hacia su madre. —¿Y cómo os conocisteis?

—Verás, es una historia un poco complicada para que la entiendas a tu edad. Pero te diré que todo tiene que ver con unas botas —le contó su madre esperando que se conformase con la respuesta mientras le acariciaba la cara.

—¿Las botas rojas con las que tantas veces jugabas cuando eras más pequeño? Pues esas —añadió su padre.

Javier había cogido mucho cariño a ese par de botas viejas pero muy bien conservadas que aún rondaban por casa. Hacía poco se había descubierto graciosamente en fotos de cuando tenía tres o cuatro años intentando andar con ellas de la mano de su madre y su padre.

—Se podría decir que son unas botas mágicas, y que gracias a ellas nos conocimos —una mirada cómplice los unió por un segundo sonriendo los dos en silencio.

—Algún día cuando seas más mayor te contaremos la historia.

—Vaya —contestó Javier un poco decepcionado mientras iba con los platos dispuesto a colocarlos al salón.

Después de preparar por completo la mesa, se acercó a la ventana. Ya había anochecido y la nieve seguía cayendo.



Botas Rojas (III)
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