Botas Rojas (III)
Era
invierno, el fuego chisporroteaba en la chimenea de piedra y grandes copos de
nieve caían lentamente en el exterior, perpetuando así la gruesa capa que ya
cubría el jardín, los tejados y cualquier otra superficie que estuviera a la
vista de la ventana del salón por la que Javier observaba curioso el fenómeno
atmosférico.
Hoy era un día muy especial, o eso le habían
dicho sus padres mientras viajaban en coche a la que para él era una mansión en
medio del campo cerca de un pueblo en el que nunca había estado. Estaba de
vacaciones, por fin estaría una larga temporada sin ir al colegio y encima
dentro de cuatro días sería Navidad, el periodo de tiempo que más le gustaba de
todo el año. Recibiría un montón de regalos con los que poder jugar y enseñar a
sus amigos cuando volviese al colegio.
De
fondo podía oír como sus padres reían en la cocina y hablaban alegremente. A
Javier le encantaba ver a sus padres reír, besarse y jugar haciéndose bromas en
las que muchas veces él mismo participaba. Sobre todo cuando era su padre quien
se las hacía a su madre. Cualquier extraño que los observase podría
confundirlos con cualquier pareja de jóvenes enamorados. Y en realidad era así
como se sentían, jóvenes y enamorados, como el primer día. Aunque muchas cosas
habían variado desde entonces. Los dos habían cambiado de residencia, de
trabajo y la familia había crecido. Ya no estaban solos, Javier había llegado
de forma muy esperada hacía ya siete años y a victoria la quedaba todavía tres
meses para que la pudieran dar la bienvenida.
—Javier
estabas ahí ¿Qué haces? —le preguntó su padre mientras salían de la cocina aún
entre risas.
—Nada
—respondió Javier de forma distraída sin retirar la vista de la ventana. Su
padre se acercó y le acarició el pelo despeinándolo a propósito.
—¿Te
gusta la nieve? ¿Te apetece que salgamos mañana por la mañana a jugar con ella?
—preguntó esperando la entusiasmada respuesta de su hijo.
—¡Si!
¿Y también podemos hacer muñecos de nieve? —preguntó esta vez mirando a su
madre. En un segundo había pasado de la más absoluta tranquilidad, a estar
eufórico tras la propuesta de su padre.
—Pues
claro, —respondió ésta sentándose a su lado para mirar también a través de la
ventana— con lo que está nevando vamos a poder hacer unos cuantos, si es que
podemos salir —la nevada estaba incrementado en esos momentos su intensidad.
—Oye
Javier ¿por qué no vas poniendo la mesa mientras tu madre y yo vamos preparando
la cena? —le dijo mientras todos ya volvían a la cocina.
—¿Qué
vamos a cenar? —preguntó mientras cogía de un cajón el mantel y las servilletas
y se disponía a volver al salón.
—Es
una sorpresa, ya sabes que hoy es un día muy especial —respondió su madre según
sacaba todos los utensilios que iban a utilizar— tranquilo que te gustará.
—Sí
pero, ¿Por qué hoy es un día especial? —Ya estaba de vuelta en la cocina en
busca de los platos. Javier todavía no entendía por qué cada año antes de
Nochebuena se iban a pasar unos días fuera de casa, siempre con un motivo de
celebración que aún no le habían explicado.
—Pues
mira Javier, hoy celebramos que hace diez años nos conocimos tu madre y yo —En
ese momento su padre ponía con cuidado tres platos sobre sus brazos extendidos.
—¡Hala! —respondió Javier sorprendido dejando por un segundo la boca abierta desviando
la mirada hacia su madre. —¿Y cómo os conocisteis?
—Verás,
es una historia un poco complicada para que la entiendas a tu edad. Pero te
diré que todo tiene que ver con unas botas —le contó su madre esperando que se
conformase con la respuesta mientras le acariciaba la cara.
—¿Las
botas rojas con las que tantas veces jugabas cuando eras más pequeño? Pues esas
—añadió su padre.
Javier
había cogido mucho cariño a ese par de botas viejas pero muy bien conservadas
que aún rondaban por casa. Hacía poco se había descubierto graciosamente en
fotos de cuando tenía tres o cuatro años intentando andar con ellas de la mano
de su madre y su padre.
—Se
podría decir que son unas botas mágicas, y que gracias a ellas nos conocimos
—una mirada cómplice los unió por un segundo sonriendo los dos en silencio.
—Algún
día cuando seas más mayor te contaremos la historia.
—Vaya
—contestó Javier un poco decepcionado mientras iba con los platos dispuesto a
colocarlos al salón.
Después
de preparar por completo la mesa, se acercó a la ventana. Ya había anochecido y
la nieve seguía cayendo.
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