¿A CONTRACORRIENTE?
Susana
miró el reloj por cuarta vez mientras se mordía las uñas de los nervios, eran
casi las ocho y veinte de la tarde.
—¡Vamos
joder! ¡Que son unos paquetes! ¡Son malísimos! ¡Teníais que haber marcado tres
a estas alturas de partido! ¡Tres! —Gritaba a pleno pulmón mientras rebotaba
sobre los cojines del sofá.
A
su lado ya no se mantenía tan lisa la ropa que había pensado ponerse para salir
esa noche.
—Relájate
que te va a dar algo —dijo su madre mientras se asomaba por la puerta del salón
con el mandil lleno de harina y preocupada por los gritos que daba su hija, los
cuales habían hecho eco en toda la casa.
—Estoy
tranquila mamá, son estos ineptos que no saben jugar al fútbol. Voy a tener que
ir yo a resolver este estropicio.
—Por
cierto ¿no habías quedado con las chicas ahora? ¿A las ocho y media? —preguntó
a la espera de ver su reacción.
—¡Ostia
es verdad! —Exclamó Susana mientras se levantaba como un resorte cogiendo sin
cuidado la ropa que tenía al lado para vestirse a toda prisa.
—¡Esa
boca! Te he dicho cien veces que aquí en esta casa no quiero oír ningún taco,
¿me has oído? —Dijo aumentando el tono de voz a medida que terminaba la frase.
—Que
si mamá, ale déjame un poco en paz —a continuación, una vez se puso la
camiseta, se giró para ver de nuevo la televisión. Su equipo había recibido un
tanto e iba perdiendo la eliminatoria. —Mira lo que ha pasado, por tu culpa
—dijo con indignación.
—Seguro
que sí, —contestó su madre sin dar la menor importancia a la estupidez que
había oído— anda termina de vestirte que vas a llegar tarde, como siempre.
—Ya
voy, ya voy.
Se
puso los vaqueros rotos que se había comprado el día anterior y la cazadora de
cuero negra para resguardarse un poco del frío que seguro pasaría por la noche.
No sin antes echarse encima unas cuantas dosis de esa fragancia que tanto le
gustaba.
—Ya
te has echado otra vez esa colonia de tío ¿verdad? Ya me has dejado el rastro
por toda la casa. Así no sé quién se te va a arrimar esta noche, cuando te
huelan van a decir cualquier cosa —la incriminaba mientras la señalaba con la
mano intentando hacerla entrar en razón.
—Pero
que más te da, si a mí me gusta el olor pues me la hecho y punto. Ale adiós,
dame un beso que me voy.
—¡Ay
que chica esta por Dios! ¡Ten cuidado!
Las
dos se despidieron y Susana desapareció tras la puerta mientras su madre se
quedó mirando como bajaba las escaleras hacia el portal.
Caminó
teléfono en mano, con el fin de seguir el partido por las redes sociales, al
punto de encuentro en el que había quedado con sus amigas. Le dolía
profundamente haberse perdido el final del encuentro, pero como ya había hecho
otras veces, al día siguiente ya se encargaría de ver el resumen completo con todas
las jugadas polémicas y los goles junto a su padre, con el que le encantaba
debatir e incluso discutir acerca de las decisiones arbitrales y del juego del
equipo. Por supuesto, ambos eran rivales.
Llegó
la primera. A pesar de haber salido
quizá un poco tarde de casa, llegó la primera. En su grupo de amigas la
puntualidad era un virtud que escaseaba y que siempre que quedaba con ellas
echaba de menos. Pero ya estaba acostumbrada y al cabo de unos cinco minutos,
por suerte, fueron apareciendo. A su juicio, cada una más extravagante que la
anterior. Pero siniestramente parecidas.
Cada
vez que bajaba por la noche y se mezclaba entre el gentío, se sentía como un
bicho raro. O más que sentirse ella misma, era el resto los que la sentían
diferente. A ella le daba igual, e incluso le gustaba, pues eso quería decir
que era ella misma y no una deformidad de su personalidad provocaba por la
presión de la sociedad en la que vivía. La mayoría de personas con las que
Susana se cruzaba cada día y las noches en las que salía a divertirse, tras
innumerables análisis, los cuales siempre comentaba con su hermano, mantenían
siempre un patrón de comportamiento y de mostrarse hacia el resto de personas
bastante determinado. Y sus amigas no eran menos.
Las
cinco habían bajado esta vez con vestidos cortos. Cuando no, tocaba ir con
falda, si no con blusas transparentes. No podían ir iguales, eso estaba
prohibido, pero si quedaban en ese tipo de prenda, quien no fuera con ella ya
estaba criticada durante toda la noche. Susana no estaba en contra de ese tipo
de prendas, para ella cada persona era libre de ir como le apeteciera. Sin
embargo ella estaba en contra de las razones por las que algunas veces algunas
personas se vestían de cierta manera. Siempre veía a sus amigas vestidas como
cebos expuestas en el territorio de caza delimitado por grandes altavoces para
que apuestos cazadores, altos y musculados, dieran rienda suelta a sus
capacidades seductoras al ritmo de la música para poder hacerse con la presa y
presumir después entre el equipo de caza.
Por
supuesto, con Susana no contaban para esas aburridas historias, que era como
las llamaba ella. Nunca serían capaces de imaginarse a Susana por ejemplo con
una falda corta y el pelo largo. A pesar de ello, la querían igualmente. Quizá
por eso eran sus amigas.
Susana
se veía frente al resto del mundo como el rey Leónidas y sus trescientos
espartanos luchando contra el ejército persa. De verdad que había olvidado
cuántas veces había visto esa película. Se sentía sola luchando contra un
ejército de inconscientes y vacíos de mente y personalidad propia, manejados
por reglas invisibles y directrices marcadas desde su nacimiento. ¿Por qué la
mayoría de chicos se comportaban de la misma forma por ser chicos? ¿Por qué la
mayoría de chicas se comportaban de la misma forma por ser chicas? Susana vivía
al margen de todo eso. Hacía lo que quería, se vestía como quería, estudiaba lo
que quería, pensaba como quería. A pesar de lo que pudieran pensar el resto de
los mortales. Así se sentía más libre que los demás. Aunque sabía que no lo sería
del todo. Quizá algún día, no estaba muy segura.
—¿Qué
tal está nuestra querida mecánica? —preguntó la última en llegar mientras se
aproximaba al grupo. —¿Cómo fueron los exámenes?
—Muy
bien, ya sabes que como yo, no hay nadie —rió al terminar la frase. Susana
había empezado algo que realmente le apasionaba y que esperaba dedicarse a ello
en un futuro, el grado medio de formación profesional en electromecánica de
vehículos. Ya se imaginaba montando su propio negocio o trabajando para una
importante empresa, siempre arremangada, con el mono de trabajo, entre ruidos
de motores y olor a goma.
Al
principio Susana notó ciertas objeciones en cuanto a su elección, pero acorde a
su personalidad no insistieron demasiado. Sin embargo enseguida tuvo la
obligación, muy a su pesar, de demostrar que igualmente podía llevar a cabo su
sueño igual que el resto que lo compartían. Eso sí, superando con creces los
obstáculos que algún indeseable ponía a su paso.
La
noche transcurrió con normalidad, al igual que otras veces. En ocasiones junto
a sus amigas bebiendo algún refresco en contra de las recomendaciones de alguna
de ellas, en otras, observándolas desde la barra como bailaban con energía en
el centro de la pista bajo la atenta mirada de aquellos que las rodeaban. Nunca
le gustó bailar, se sentía tan torpe como seguro lo era cuando aprendió a andar.
En
un momento de la noche no tuvo más remedio que acudir en respuesta a las
innumerables llamadas de sus amigas. Junto a ellas había un número equivalente
de chicos.
—Joder,
que coincidencia —de repente se había puesto un poco nerviosa. No soportaba a
los chicos que se ponían pesados con ellas intentando ligar de forma poco
agradable. Aunque para ella no creía que lo hubiera de otra forma.
Ellas
ya los conocían de antes, quizá de algún día en el que Susana no tuviera ganas
de bajar por lo que fuera. El caso es que le tocó dar dos besos a cada uno.
A
lo largo de la noche pudo intercambiar unas cuantas palabras a pesar de la
música. Ninguno le llamó poderosamente la atención. Todos parecían haber salido
del mismo molde. Presumir de, demostrar que, sabías qué, seguro que, eres tal,
te apetece esto, vamos a… Sin dar oportunidad de responder libremente.
Sin
embargo uno de ellos era totalmente diferente al resto. Saltaba a la vista, las
chicas lo habían ignorado por completo, y él lo sabía. Se interesó por él. Y
hablaron durante un tiempo, más que con los demás. De vuelta a casa, fue
claramente el tema de conversación.
—Pero
como te has podido fijar en Fernando. Si no vale nada —comentaba una de ellas.
—No
me he fijado en él. Solo hemos estado hablando como dos personas normales, nada
más —comentó si dar importancia al tema.
—Ya,
a mí no me engañas. Que nos conocemos Susana, que nos conocemos —decía mientras
reía con el resto mirándola con cierta complicidad, como habiendo presenciado
por fin un hecho que era imposible que ocurriese.
—No
creo que tengas mucho que hacer, ¿sabes que ha empezado a estudiar peluquería?
—dijo una de ellas con cierta ironía.
—Fijo
que es gay, ¿te has fijado como hablaba? ¡Y que ropa llevaba! Si parecía que
era una florecilla del jardín de mi abuela —comentó otra a continuación.
Cuando
llegó a casa y se metió en la cama empezó inesperadamente a dar vueltas en su
cabeza sobre lo ocurrido.
A
sus dieciséis años sintió algo distinto por primera vez. ¿Sería amor? Quizás sí,
quizás no. Aún era pronto para saberlo. Los flechazos amorosos solo ocurren en las
películas.
Lo
que no sabía, era que en ese preciso momento, aquel chico hizo lo mismo una vez
llegó a casa.
¿A contracorriente? |